¡Señor! Tú que nos enseñaste,
perdona que yo enseñe; que lleve
el nombre de maestro que Tú
llevaste por la tierra.
Maestro, hazme perdurable el
favor y pasajero el desencanto.
Hazme fuerte, aún en mi
desvalimiento de maestro
que no me duela la incomprensión
ni me entristezca el olvido de
los que enseñé.
Dame que alcance a hacer
de uno de mis niños, mi verso
perfecto y pueda dejarte en él
elevada mi más penetrante melodía,
para cuando mis labios no canten más.
Dame sencillez y dame profundidad.
Que no lleve a mi mesa de trabajo
mis pequeños afanes materiales.
Permíteme que haga espíritu
mi pequeña escuela de ladrillos.